En la tv se mostraba como lo iban celebrando las
diferentes capitales. La gala de representaciones luminosas, formando flores
con un guion que encajaba en edificios altos, o sobre la ciudad de cielo negro.
Pero monterrey fue
distinto porque cada quien tenia lo suyo para detonar. En los parquímetros 3 o
4 muchachos preparaban desde temprano su carga. En los puestos de tacos había
también una carga. La feria de cohetes proveía a todos de estas facilidades.
Y adentro ya del
tiempo del señor comenzó la algarabía.
Las esquinas competían con ruido y luces y la ciudad aquí o allá, sin
orden era penetrada por miles de luceros que ascendían haciendo figuras. Se oía
a lo lejos también lo que no se veía. Fuertes detonaciones.
En la casa de
nuestra celebración después de observar aquella alegría colectiva, comenzó la
oración. Rotábamos dando gracias y de la misma manera que afuera, mencionábamos
su presencia entre nosotros. Alguien lo hacia esforzándose porque le escuchara.
Otro lo hacia pidiendo protección para que los cohetes no fueran tiros. Pero el
bien común nos llego humanizándonos mas.
La fiesta del señor se celebra con todo lo que se tiene y no es un
espectáculo bonito, es algo sentido que transita por nuestras vidas, ofreciendo
prosperidad y salud. Calidad en la validez de la creencia.
La oración colectiva
era la hoguera que nos estimulo por unos instantes para sentir su presencia.
Después de tenerlo en nuestras vidas, brindamos con vino en copas largas y la
casa se durmió.
Hoy ya es primero de
enero y plácidamente suenan las campanas ya no hay cohetes, ni explosiones. Las
iglesias cantan con voces de niños y todos somos mas bonitos.
VER PEDRO PARAMO
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